El Arte de Volver a Mí

 




Esta mañana, al despertar, escuché el suave repique de la lluvia sobre el tejado. No era un sonido lejano; era un susurro íntimo, como si el mundo entero se inclinara para contarme un secreto. Me quedé en la cama un rato más, abrazando ese instante. La prisa del día podía esperar, porque había algo sagrado en ese momento: el descubrimiento de lo cotidiano, ese pequeño milagro de simplemente estar.

¿Cuántas veces hacemos listas que no son nuestras? Metas que parecen brillar bajo las luces de las redes sociales pero que, al final del día, no nos nutren el alma. Me vi reflejada en tantas imágenes proyectadas hacia afuera, en tantos lunes del 2024 que viví corriendo tras expectativas que no eran mías. Y entonces, me pregunté: ¿Qué quiero para mí? No para ser admirada, no para recibir aplausos. ¿Qué anhelo en mi soledad, en ese espacio donde mi alma encuentra reposo?

Me levanté despacio, con el propósito de crear una lista diferente. Decidí escribir metas chiquitas, metas que se escondieran en los detalles, como ese pan que amasaría por la tarde y que luego disfrutaría leyendo un libro junto a mi taza de café. En mi lista, anoté cosas como barrer la cocina mientras el sol de la mañana ilumina la ventana, o contemplar cómo las gotas de lluvia pintan caminos en el vidrio. Metas tan simples y tan mías que, al escribirlas, sentí el calor de algo verdadero encenderse en mi pecho.

La vida cotidiana es un arte, una danza entre el hacer y el ser. Cuando ponemos atención, descubrimos que barrer no es sólo barrer, sino una conversación con la casa, con el suelo que sostiene nuestras pisadas. Cocinar no es sólo cocinar, sino una alquimia que transforma lo crudo en alimento, en vida.

Ejercicio de Mindfulness: El Rastro de la Gratitud

Ahora, quiero invitarte a un pequeño ejercicio. Busca un espacio tranquilo y cómodo. Si tienes a la mano un cuaderno y lápices de colores, tráelos contigo. Vamos a pintar, pero no con trazos perfectos, sino con emociones.

  1. Respira y observa: Cierra los ojos y respira profundo tres veces. Al inhalar, imagina que llenas tus pulmones de luz, y al exhalar, sueltas el peso de cualquier expectativa. Quédate aquí un momento, escuchando el ritmo de tu respiración.

  2. Recuerda tu día: Piensa en un momento reciente de tu vida cotidiana que te haya llenado de paz o de una pequeña alegría. Puede ser tan simple como la sensación del agua caliente en tus manos mientras lavabas un plato, o el sonido de las hojas moviéndose con el viento.

  3. Dibuja tu instante: Abre los ojos y toma un lápiz de color. No pienses en hacer algo bonito; sólo deja que el momento que recordaste se exprese en el papel. Tal vez dibujes líneas ondulantes que representen el agua, o manchas de color que evoquen el sol. Lo importante no es el resultado, sino la conexión con ese instante.

  4. Escribe una frase: Junto a tu dibujo, escribe una frase que capture lo que sentiste. Puede ser algo como "La calidez del sol en mi piel me recordó que estoy viva" o "El olor del pan recién hecho es el aroma de la esperanza".

Reflexión Final

Cuando aprendemos a escuchar los susurros de la vida cotidiana, encontramos una fuerza renovadora. La felicidad no está en las metas monumentales que exhibimos al mundo, sino en esos instantes pequeños que elegimos abrazar. La soledad, lejos de ser una carga, se convierte en un refugio donde aprendemos a amarnos de verdad.

Entonces, te pregunto: ¿Cuál será tu lista de hoy? ¿Qué pequeño milagro te regalarás a ti misma? Que el arte de vivir despacio y con intención te devuelva al lugar al que siempre perteneciste: tu propio corazón.

Rosa Clavero, tu gentil compañía 



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